La anécdota: El diagnóstico 

05.09.2025

Me inscribí en un «Taller para mejorar Historias», de la escuela Orsai de Hernan Casciari. Fue una experiencia extraña, y bastante diferente comparando con los talleres tradicionales de escritura. No voy a dar valoraciones, porque esta entrada no se trata de eso. Más bien de compartir mi participación.

El taller se emite por YouTube y se trabaja por medio de una plataforma. Es un taller multitudinario, lo que se escribe no se corrige (y dije que no iba a dar valoraciones, pero aquí mi crítica). Creo que aprender a escribir tiene mucho que ver con escribir (valga la redundancia), leer, corregir, releer y volver a escribir. Pero lejos de eso estuvo bien participar de una experiencia diferente. Y en algún punto, cuando me inscribí sabía más o menos como iba a ser la dinámica.

También creo que escribir es un entrenamiento, se trata de buscar y probar nuevas formas, salir de la zona de confort y practicar mucho. Vencer la procrastinación, el síndrome del impostor y los bloqueos. Así que, ahí fui. A probar una nueva experiencia.

El Taller se enfoca en herramientas que todos poseemos: Una historia personal que nos haya pasado y alguien a quien contársela, y una voz para hacerlo. La idea más que hacer literatura es contar una anécdota: «Un relato corto de un suceso interesante o curioso, generalmente basado en hechos reales». Lo que para mí es un desafío porque generalmente si escribo algo corto me inclino por la poesía. Y para mayor dificultad, la anécdota había que escribirla solo en 300 palabras. Tener que escribir con un límite es bastante complejo pero un buen desafío.

Todo esto para compartirles mi anécdota, que si me pongo a ser estricta con los contenidos del taller, no se ciñe mucho a las consignas. Salvo al límite de palabras. Como siempre me cuesta cumplir un poco las reglas.

Me diagnosticaron TDAH hace un año. Aunque fue un diagnóstico consensuado. Lo sugerí a la psiquiatra en la tercera consulta.

—Dejá de autodiagnosticarte —me dijo.

Me reí de mi propensión a buscar diagnósticos. Ansiedad, bipolaridad, perimenopausia…

—Aunque creo que es un déficit de atención sin hiperactividad —seguí sin escucharla.

—La hiperactividad también es mental —señaló dejándolo ahí.

Pero yo no pude dejarlo ahí, porque mi mente trabaja de forma constante, dando vueltas como una calesita sin sortija ni freno.

Cuando llegamos al diagnóstico, no fue difícil para mí. Me dio alivio ponerle nombre a mi forma de ser en el mundo. No fue lo mismo con los demás:

—Ahora todos tienen déficit de atención. Está de moda.

—Siempre te inventás cosas. Como cuando eras celíaca y no le creíste ni al negativo que dio la colonoscopía.

Intenté no hacer caso a esas voces. Pero la opinión de los otros encuentra algún hueco por donde colarse.

Premio a la última madre en llegar tarde viviendo a una cuadra de la escuela. Volver a dejar la mochila porque me fui con ella como si fuera mía. Y a decir verdad, siempre la mochila es mía.

Aunque, por suerte, también me la olvido.